"La soledad en la cima del Portalet."
(Quebrantahuesos 2016)
Es difícil expresar qué
siente un ciclista aficionado cruzando el alto del Portalet después de 29 km de
ascensión y 155 de carrera infernal, a las 4 de la tarde, solo, con “aguanieve”
y un frio que calaba los huesos. Solo pensaba en llegar…como fuese, pero llegar
y superar el reto.
Todo
comenzó por diciembre cuando decidí entrar en el sorteo de la Quebrantahuesos y
fui uno de los afortunados en febrero. Comenzó un reto personal, con más
entrenamientos y salidas en la “flaca” y la btt que de costumbre. Unos 3500 km
después, cuando se aproximaba la fecha, por las noches, de vez en cuando soñaba
con que perdía la bicicleta o que me quitaban las zapatillas y cuando
comenzaron los malos augurios del tiempo, empezó a rondarme la cabeza una
pregunta, ¿Dónde iba yo, a mis 53 años, con mis problemas visuales y con lluvia
encima de una bici?. ¿Ni siquiera había montado nunca lloviendo y pretendía
bajar Somport, Marie Blanc y Portalet?. Faltaba una hora para la salida del
viaje y andaba preguntando a algunos amigos que harían ellos en mi caso. Fue
decisiva mi mujer, que me dijo: “si no vas te arrepentirás y si vas, siempre
puedes decidir sobre el terreno”. Sabio consejo y nos dispusimos a cruzar
España. En Gavín, al lado de Biescas, en un hotelito nos esperaban los compañeros
del “Llantazo Club ciclista” de Gerena que andaban aclimatándose al terreno
desde hacía dos días.

La
noche del 17 al 18 no pegué ojo, sin saber aún que hacer. A las 5,30 h de la
mañana, cuando ya estaba vestido y desayunando con los demás me desaparecieron
los nervios y en un ambiente impresionante con más de 7500 corredores y con un
tiempo nublado y fresco comenzó la aventura. Hasta Somport, km 49, mi amigo
Mariano Sayago y yo fuimos muy tranquilos, demasiado diría yo, tal había sido
el miedo que nos habían trasladado sobre las caídas que se producían en los
primeros km por las aglomeraciones.
La
odisea comenzó dos km antes de coronar Somport, cuando los cielos se
encapotaron, y comenzó a llover. Una hilera constante de corredores que
abandonaban, iban bajando. No unos cuantos, sino docenas. De nuevo el miedo en
las carnes y solo el sonido de una dulzaina y un tamboril iban endulzando los
últimos metros del puerto. Arriba, una dosis de adrenalina con los gritos de
Manoli Frias, que había subido a animarnos. Solo se sabe lo que esos ánimos
significan cuando vas sufriendo en una bici. En el avituallamiento Mariano y yo
nos miramos después de preguntar a un guardia civil sobre las predicciones y
ponernos la cosa negrísima. ¿Qué hacemos?, había más gente que se volvía de la
que seguía en ese momento. Mariano me contestó: “tú decides, yo estoy aquí por
ti” y yo me dije, pues yo voy a seguir por los dos…

Y
nos lanzamos con un frio de perros y el agua llenando la carretera en un
descenso criminal. Tiritaba y apretaba el freno en cada curva y en cuanto la
bici se aceleraba. No se cuándo pude comenzar a dar pedales, ni recuerdo muy
bien cuantos km estuve como ausente, hasta que llegamos a Escot, km 98 en el
que comienza el Marie Blanc. ¿Cuántas veces había soñado con subir este puerto
cuando veía en las retransmisiones del Tour de Francia a Perico Delgado o
Induráin que andaba dos horas delante nuestra en la carrera?. Disfruté
sufriendo, porque aunque los últimos 4 km son muy duros, ahí comprobé que mi
preparación había sido buena, subí sin forzar, a 155 pulsaciones. Eran ya las
13 h y bajando, en el avituallamiento, me comí todo lo que me ofrecieron los
magníficos voluntarios, destacando el caldito caliente. De ahí entre paisajes
formidables hasta las primeras rampas del Portalet. Cuando lees el cartel en el
km 117 y ves que te quedan 29 para llegar arriba, sabes que tienes más de 2
horas de ascensión. Lo que no sabes es que en los últimos 7 km, con porcentajes
del 7 y 8% la temperatura cada vez era más baja y estaba medio nevando. Los
paisajes son tan hermosos que es un verdadero honor poder disfrutarlos encima
de una bici, sin tráfico. A un km para coronar, de repente me dió un calambre
en la pierna derecha y el mundo se me cayó encima por un momento. No sabía si era
el frio o deshidratación por haber subido con el chubasquero. Descendí la
potencia de pedalada y fui subiendo despacio, sin forzar nada. Había visto en
los videos, que la gente se situaba en el último km y animaba a los corredores
que se sentían como en una etapa del Tour de Francia. Sin embargo cuando yo
llegué arriba a las 16 h., las vallas fueron los únicos testigos. Por un
momento pensé que corría solo, porque no veía ningún corredor por delante y no
tenía fuerzas para mirar atrás. Delante iban casi 5000 y por detrás otros 2500,
pero en ese momento me sentí solo, acalambrado, aterido. Cuando cruce por una
edificación que hay en el alto, una pareja francesa, las dos únicas personas
que había me gritaban “allé, allé…”. No sé si me salió la voz del cuerpo, pero
les agradecí sus ánimos.

Nunca
jamás me he sentido tan solo, sin saber si finalmente podría llegar, pensando
en que los calambres en la pierna no fuesen a más.
Me
tomé un gel y desde allí hasta Sabiñánigo, casi 45 km rápidos y con el único
horizonte de la meta a la que llegue a las 18 h. Solo alguien que ha hecho esta
carrera sabe lo que se siente al entrar en meta. Y más cuando mi mujer y los
compañeros y compañeras coreaban mi nombre. Me abrazaron, me animaron y me
hicieron sentir. ¡Son unos campeones!. Nada más cruzar, lo primero que me dije
es que volveré, porque será difícil que las condiciones sean peores y sé que
puedo mejorar mi tiempo…ese es el reto continuo de los ciclistas, sufrir más
para sentirse mejor, sublime contradicción
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